Grupo México y la prueba de que la confianza también cotiza

En el universo de los mercados financieros no hay de otra, los rumores pueden hacer que se pierda la confianza y, para muestra, un botón: la semana pasada, Grupo México tras confirmar su nueva oferta para adquirir Banamex, vio caer sus acciones más de 15% (lo que se traduce en más de 170,000 millones de pesos) en la Bolsa Mexicana de Valores, su peor retroceso en lo que va del año.

La propuesta del consorcio minero, que buscaba reactivar las negociaciones con Citigroup, generó inquietud entre los inversionistas. Y aclaro, no se trataba de poner en duda la capacidad financiera del grupo, desde luego, ya que es uno de los conglomerados más sólidos de América Latina, pero el antecedente del rompimiento con el Gobierno en 2023 dejó cicatrices evidentes. En aquel episodio, la disputa por la terminal de ferrocarril de Medias Aguas, en Veracruz, terminó con una expropiación temporal y con un episodio que tensó la relación entre el Gobierno y el capital privado, dejando dudas sobre la certidumbre jurídica en grandes concesiones

Y la desconfianza se notó de inmediato. Bastó llegar al lunes siguiente para que el índice bursátil local cayera, arrastrado por Grupo México. Pocas veces una operación empresarial había tenido un efecto tan directo en la percepción del país ante los inversionistas.

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En los hechos, Germán Larrea hizo lo que cualquier empresario con su poder y en su posición haría: buscar una expansión estratégica en el sistema financiero, aprovechando la salida definitiva de Citi. Pero la reacción del mercado demostró la falta de certidumbre que hoy acompaña cualquier gran movimiento corporativo en México, una cuestión nada menor, hablando en plata, ya que no hay confianza plena ni en las reglas ni en la estabilidad política de los acuerdos. Y, como bien sabemos, sin confianza, hasta los gigantes tiemblan.

Desde entonces, Larrea aclaró que no elevará su oferta y que planea compartir su participación con inversionistas locales, un claro intento por enviar señales de calma. Una estrategia que parece sensata, a decir verdad, pues dividir el riesgo, ampliar las alianzas y reducir la exposición puede traerle buenos resultados. Pero no contaba con que el daño en la narrativa ya estaba hecho, a pesar de que debía saber que a los mercados no los mueven los comunicados, sino las percepciones, y en esa arena el Gobierno sigue siendo un actor impredecible.

Lo de Grupo México no es nada más una historia bursátil, en el análisis, resulta ser el reflejo de un país que quiere atraer inversión, pero al mismo tiempo lanza señales contradictorias. Donde las grandes operaciones corporativas se leen no como una oportunidad, sino como una triste advertencia. Y donde la política sigue pesando más que la lógica económica, eso es innegable.

La caída de Grupo México no se quedó solo en una sacudida bursátil, pues, como ya vimos, fue una reacción a la desconfianza que se ha instalado entre el capital y el poder. Y cada vez que una operación de esta magnitud se frena por que acecha la incertidumbre, el país pierde algo que a veces es mucho más valioso que el dinero: tiempo. Y es que, como sabemos, en economía “time is money”.

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